El Cerro de San Vicente

 

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Un tímido Cerro de San Vicente, aún erguido entre el río Tormes y el Teso de las Catedrales, intenta recuperar hoy ese pedazo de historia que el paso de los años le ha ido arrebatando y demostrar que allí, camuflada entre los muros de su situación estratégica, surgió la primera población salmantina 2.700 años atrás.
 
Un paseo por los alrededores del antiguo convento benedictino, permite a los visitantes convivir con las costumbres de aquellos primeros agricultores y ganaderos de la I Edad de Hierro (s. VII a.C.), y con aquella primera hectárea y media que Cristina Alario y Carlos Macarro, ambos arqueólogos de la ciudad, han sacado a la luz tras veinticuatro años de excavaciones.
 
Ya conocedores de la Vía de la Plata, un corredor que favorecía el intercambio comercial, estos habitantes ocupaban un lugar escarpado que aún hoy se defiende por sí mismo, en el que era sencillo acceder a todos los recursos naturales: al agua en una franja del río vadeable, a terrenos adecuados para la agricultura y a una amplia dehesa charra que favorece la ganadería.
 
“Hemos encontrado semillas carbonizadas de cebada y bellotas carbonizadas,… y restos de huesos de ovejas, caballos, perros, e incluso ciervos… que demuestran que realmente eran agricultores y ganaderos“, ha explicado Alario, quien añade: “sabemos que a la hora de alimentarse primaba la cantidad a la calidad porque los restos son de animales ya crecidos”.
 
Las viviendas descubiertas en las excavaciones, de barro y adobe, planta circular y muebles de obra, aún dejan entrever un hogar central, hoyos de poste y una ubicación al sur-este, que busca la luz y evade el hostigo, de la que se deduce que estos pobladores eran “grandes observadores del medio ambiente”.
 
“Las casas del poblado están alineadas y algunas de las estructuras se asocian, lo que nos muestra una sociedad igualitaria y de familias nucleares, en la que todos los indicios apuntan a que pertenecían a la cultura arqueológica del Soto de Medinilla, donde fueron encontrados los primeros restos de estas características. Es una pena que no hayamos encontrado nada relacionado con la necrópolis, porque nos daría muchas respuestas”, ha comentado Alario.
 
Se trata de poblados sedentarios, que llegan para quedarse y son origen de pueblos históricos: “esta característica contrasta con el patrón de las culturas anteriores, aunque aún modelan la cerámica a mano, ya dominan el bronce”.
 

La historia

El Cerro pronto se quedó pequeño para estos pobladores que, en la segunda Edad del Hierro, se vieron obligados a trasladarse al hasta ahora considerado origen de la ciudad: el teso de las catedrales.
 
El traslado deja al cerro relegado a la posición de arrabal fuera del nuevo núcleo de la ciudad (que ya ocupaba dieciocho hectáreas pobladas por vetones y vaceos), y durante 1.200 años, se convierte en un lugar abandonado.
 
El desamparo del lugar favorece que el yacimiento sufra poco, pero somete al cerro al olvido hasta el siglo XI, cuando se funda el Convento de San Vicente, que cuatro siglos después se adscribe a la orden Benedictina Reformada y se convierte en colegio dedicado a la formación y meditación.
 
Son tantos los monjes que quieren estudiar, que el Convento debe ampliarse y llega a ocupar un espacio enorme: se convierte en un edificio tan artística e institucionalmente relevante que los franceses asientan en él su cuartel general durante la Guerra de Independencia, una guerra que, además de acabar con la abadía y someter de nuevo el cerro al olvido, destruye 1/3 del patrimonio artístico salmantino.

 

Acabada la contienda, los monjes intentan recuperarlo, pero el desastre, unido a la desamortización de Mendizábal, hace que el convento caiga de nuevo en el olvido y se convierta en refugio de salmantinos empobrecidos que hacen del cerro en un barrio popular en el que las viviendas camuflan el convento.

Entrado ya el siglo XX aparecen restos que apuntan hacia que el lugar que da origen a la ciudad de Salamanca es este cerro del olvido y comienzan por tanto las excavaciones arqueológicas que hoy nos permiten acercarnos a la historia.

La Universidad Pontificia de Salamanca compra terrenos para construir el Colegio Mayor “Guadalupe”, su residencia de estudiantes, cuando comienzan las obras, aparecen los primeros restos arqueológicos que parecen apuntar que el origen de Salamanca no está en las catedrales.

Llegados los años 90, comienzan las primeras excavaciones arqueológicas de la mano de Carlos Macarro, quien, en un tanteo inicial, establece las condiciones del yacimiento, más tarde se une al proyecto Cristina Alario.

Nueva normativa

Hoy, aún se mantienen muros originales y las nuevas construcciones tienen un claro objetivo que más que arqueológico, es urbanístico: recuperar el volumen del claustro y de la iglesia y recrear la planta del convento para que, desde el aire, se siga dibujando la silueta de un monumento que hizo historia.

Los edificios de alrededor, en su mayoría públicos, conviven con terrenos particulares que deben seguir una normativa de conservación y recreación para que, cuando acabe el proyecto, el convento siga vivo desde el aire.

 
 

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