Iglesia de la Purísima Concepción

Las monjas agustinas se establecieron a su llegada a Salamanca en el arrabal. Esto sucedía durante el pontificado, 1579 a 1593, de don Jerónimo Manrique. Su situación económica, en principio poco boyante, se verá favorecida por el legado testamentario de Antonio López de Alvarado. Entre los años de 1591-1626 ocuparon el convento de San Roque, que mejorarían arquitectónicamente y tras la célebre riada de San Policarpo se asentarán en parte del solar que al final sería el definitivo, ampliado luego por su mecenas, el conde de Monterrey, don Manuel de Zúñiga y Fonseca, que las alojará en su propio palacio, donde permanecieron unos ocho o nueve años. En esa labor de fundador y mecenas fue siempre secundado por su mujer, doña Leonor María de Guzmán. El hecho de que el sexto conde de Monterrey fuera embajador en Roma (1628-1631), y particularmente su virreinato en Nápoles (1631-1637), va a resultar decisivo en la construcción de la iglesia salmantina, pues ésta se convertirá en su mausoleo, abandonando la idea primitiva de enterrarse en Las Úrsulas, fundada por su pariente Fonseca, el Patriarca de Alejandría. Es precisamente en Nápoles donde Monterrey prepara en 1634 el acta fundacional de Las Agustinas, ratificada un año después por las monjas en Salamanca. 
 
La iglesia conventual «nace» en Nápoles, pues don Manuel encarga el proyecto a maestros de allí, Bartolomeo Picchiatti, Cosimo Fanzago y Curcio Zacarela; éste último actuará como maestro a pie de obra, pues desde Italia viene a Salamanca en 1635 a dirigir los trabajos, y también de Italia vienen algunos de los materiales ya labrados. La colocación de la primera piedra se realizó el 17 de marzo de 1636, con lo que se inicia la primera etapa constructiva que acabará en 1657, año del derrumbamiento de la cúpula del crucero. Picchiatti, aunque sus proyectos fueron revisados por Fanzago, diseñó -y así se hizo- una iglesia con planta de cruz latina -enmascarada un poco por la existencia de dos capillas laterales y por los pórticos de los pies-, más crucero y capilla mayor rectangular a cuyos lados se sitúan el coro y el relicario. 
 
Las cubiertas son de medio cañón con lunetos y decoraciones geométricas sencillas; el crucero volteó cúpula. Todo muy acorde con gustos italianos, aunque la cúpula actual, derrumbada la primitiva, sea obra de arquitectos españoles. Particular importancia de lo realizado en este momento tiene la fachada-pórtico, de composición tripartita y en la que se combinan mármoles italianos y piedra arenisca. La portada, como obra de Cosimo Fanzago, es ajena a Salamanca y en ella destacan las resaltadas puntas de diamante, la inscripción fundacional y el escultórico escudo de Monterrey. En la iglesia, pues, se combinan elementos napolitanos, como los pórticos y las capillas laterales, con otros romanos de la fachada con influencias concretas de Della Porta y Maderno. 
 
En 1655, fallecidos los condes, se inicia la segunda etapa constructiva que se alarga hasta 1687; es período en el que las obras van a ir despacio y se van a concretar en la finalización de la capilla mayor y de las bóvedas. Juan García de Aro es nombrado arquitecto en 1656 y como escultor labora Juan de Mondravilla. En la primera etapa lo habían hecho Jerónimo Pérez, Miguel García, Antonio de Paz y Francisco Gallego. También intervino como arquitecto de esta segunda etapa Bartolomé Zumbigo y Salcedo, especialista en mármoles. En 1657 se produce el desastre, la cúpula se arruina y la construcción de la nueva, ochavada, no se inicia hasta 1675; para ella dará trazas el célebre fray Lorenzo de San Nicolás, corriendo la ejecución a cargo de Antonio de Carasa. Con esta obra se inicia la fase final, en la que interviene el maestro catedralicio Juan de Setién Güemes. La iglesia se abrió al culto en 1687. El interior resulta algo frío, pero sin embargo se engalana con los bellísimos mármoles de Carrara del púlpito, con los retablos de Fanzago, las estatuas de los condes, debidas a Giuliano Finelli, etc. Además todo se avalora por el capítulo pictórico, con cuadros de Ribera, Reni, Lanfranco, Stanzione, Bassano, etc. Nada extraña esta concentración artística, dado que Monterrey fue uno de los coleccionistas más importantes de su tiempo. 
 
 
 
La obra más destacada de todas es el lienzo que preside el retablo mayor, obra de José de Ribera. En este cuadro se representa el tema de la Asunción de la Virgen, tiene gran formato y en él el artista ha abandonado el claroscuro que le caracterizaba para experimentar con luz. El centro de la composición es la Virgen que aparece rodeada de ángeles portando sus símbolos, por encima las representaciones de Dios Padre y el Espíritu Santo acompañados de un coro de ángeles. Predominan los tonos dorados y los colores vivos. Con esta pintura, Ribera creó un nuevo modelo de representación mariana que posteriormente fue seguido por otros pintores barrocos, destacando entre ellos Murillo, muy fecundo y famoso por las representaciones de este tipo.
 
El convento representa la vertiente española del conjunto y se caracteriza por la funcionalidad. En él intervienen Gómez de Mora y Joaquín de Churriguera, además de otros profesionales, como los citados García de Aro y Setién Güemes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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